El cuerpo cosificado
Por Carla Toche Casalino[1]
En el artículo anterior me referí al frágil lazo que une a la ciudadanía con el Estado. Lazo que, cuando se rompe por cualquiera de las dos partes, no se rompe así la relación entre ambos sino que, a través del cuerpo colectivo, se empiezan a cometer una serie de desvalorizaciones, dejando de lado las normas de convivencia y el respeto hacia los derechos humanos. Dicho cuerpo deja de ser apreciado por su vida y dignidad y empieza a jugar el rol de objeto sin valor. Este es el cuerpo que me refiero como cuerpo cosificado.
Durante el conflicto que se generó entre el grupo armado Sendero Luminoso y el Estado peruano, en el periodo de los ochentas, se cometieron una serie de crímenes y procesos extrajudiciales que, hasta ahora, siguen sin resolver. Esta ausencia de justicia, tanto para los cuerpos de los miles de fallecidos que aun no se han podido identificar y quienes aun no encuentran paz, así como para la ciudadanía que se vio afectada física y psicológicamente como resultado de esta guerra, evidencia la gravísima incapacidad (o falta de voluntad) de las instituciones para proteger y garantizar la paz para la sociedad.
Estos crímenes, al atentar directa y sistemáticamente contra la humanidad, son denominados crímenes de lesa humanidad, justamente porque vulneran la humanidad del cuerpo colectivo que, dañado y cosificado, sufre agresiones de forma generalizada y sistemática contra su integridad provocando una serie de violaciones a los derechos fundamentales que todo ser humano debe gozar. Dichos atentados contra la sociedad, como vulneran una serie de derechos individuales y colectivos, dejan de ser crímenes comunes dentro de la materia de Estado y pasan a ser materia internacional, ya que, el Perú, según el pacto de San José[2] firmado voluntariamente en el año 1969 y donde el Estado peruano garantiza el respeto de los derechos fundamentales de toda persona como miembro y parte de la comunidad internacional, queda como responsable directo hacia el resto de los países miembros de dicho pacto cuando se atenta, como se atentó, contra la sociedad.
Así, entonces, Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, quienes fueron los que dispusieron y organizaron escuadrones paramilitares (el grupo Colina) para asesinar y desaparecer a todo aquel que era sospechoso de terrorismo y, por otro lado, Sendero Luminoso, grupo armado y organizado cuyo fin era el de llegar poder a través de la violencia y con Abimael Guzmán como líder y responsable directo de una serie de asesinatos sistemáticos como el caso de Lucanamarca[3] ,en Ayacucho, en el año 1983, no son criminales comunes sino de lesa humanidad.
Mientras tanto, este cuerpo cosificado, al ser el lugar desde donde se pondrá a prueba quién es el más o menos poderoso o, visto de otro modo, quién mato más o menos[4], es la víctima más vulnerable dentro de esta batalla de poder ya que, hasta hoy, no hay justicia que responda por su beneficio.
Es por esto que, si se le llega a retirar los cargos de crímenes de lesa humanidad al grupo Colina[5], responsables de las matanzas en Barrios Altos, La Cantuta, etc, y se les trata como criminales comunes, disminuyéndoles la pena privativa, o si se hace efectivo el indulto a Alberto Fujimori[6] (sin ni siquiera recibir disculpas de su parte), la herida histórica y colectiva se vuelve aun más profunda por la gravísima falta de respeto, cruel olvido y frivolidad no solo hacia las víctimas directas de dichos crímenes, sino ante todos nosotros que sufrimos aun las secuelas de dicho régimen y violencia militar. Tratar como criminales comunes a asesinos y violadores de derechos humanos es imperdonable y una grave falta a nuestras instituciones como a nuestra sociedad. El típico “Acá no paso nada” se hace presente una vez más.
Considero que este cuerpo agredido, dañado, humillado e insultado aun no se ha recobrado de su pérdida más lamentable, la de su propia humanidad. Pérdida irreparable e imperdonable que debe sobrevivir a pesar de los poderes mediáticos que, con gran empeño, tratan estos temas con ingratitud enfrentándose a los pocos, lentos pero hondos procesos de recuperación que, como sociedad, ya estamos encaminados.
Constante y aireadamente soltamos el clásico reproche “hasta cuándo” pero recordemos que los responsables no son solo el Estado peruano, las instituciones judiciales, la prensa, la Iglesia Católica o algunos actores políticos, sino todos nosotros como sociedad. Todos nosotros, como actores directos, somos responsables de nuestra propia historia, de nuestro progreso y la falta de este.
Ya es hora de decir “hasta acá nomás” y no como una cuestión retórica sino realmente hasta acá nomás, porque en el Perú, esa historia, esa realidad, esa cruel experiencia sí paso y no puede ni se debe, nunca más, volver a repetirse.
Quisiera terminar compartiendo una canción titulada sangre india de la banda nacional Reino Ermitaño, canción que encuentro crítica, agresiva y sumamente inspiradora para todos los que estamos buscando nuestra humanidad en la otra persona.
[1] Alumna del Programa de Humanidades de la Universidad Jesuita en el Perú Antonio Ruiz de Montoya.
[2] http://www.oas.org/dil/esp/tratados_B-32_Convencion_Americana_sobre_Derechos_Humanos.htm
[3] http://www.youtube.com/watch?v=ij1GAtl-ih4
[4] http://www.youtube.com/watch?v=y4QYy-BY0Ww
[5] http://www.larepublica.pe/20-07-2012/corte-suprema-retira-delito-de-lesa-humanidad-integrantes-del-grupo-colina
[6] http://lamula.pe/2012/09/28/lea-aqui-la-carta-donde-alberto-fujimori-agradece-pedido-de-indulto/danilanzara